Dicen que estoy enfermo.
Me tocan como si fuera a romperme y me hablan como a un pobre tonto.
Pobrecillo me dicen.
Los diminutivos son su tortura. Como si todo lo que me rodea se hubiera convertido en un jardín de infancia para un viejo a consumir.
La cucharilla, el vasito y la pastillita.
Mi vida al microscopio de unos imbéciles que no saben ni llevar las cuentas de la casa.
Creen que no me doy cuenta.
Pobrecillos.
La próxima vez que tosa intentaré escupir los pulmones. A ver si así me dejan en paz, que se enteren de que no me hacen falta para seguir viviendo y se preocupan por usar los suyos, por respirar para ellos, que del agobio que tienen recuerdan a peces fuera del agua.
Soy anaerobio.
Soy una planta que sólo necesita luz para la fotosíntesis y tranquilidad para mover sus hojas.
Cuchichean que voy a morir pronto porque ya no protesto.
Los muy imbéciles no han caído en que no les hablo porque no quiero.
A mi esta familia ya no me escucha.
No me merece la pena.
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