La bala, en la sien, la sangre bajo su nuca y el olor a pólvora aún en el aire. La habitación destrozada, las huellas intactas, la ropa en el suelo, el cuchillo sobre la cama, los somníferos junto al vaso de agua. El teléfono descolgado, tirado de cualquier manera. La persiana subida, las cortinas abiertas y el policía con la linterna apuntando a mis pies. La sirena asustando a los vecinos y la calle llena de curiosos. Nadie dice nada y yo, de pie, en el centro de todo.
Observando mi mano derecha.
Acariciando el gatillo de la pistola.
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