El profesor dice nombres como si escapara en sílabas la tabla numérica. Los niños y niñas, en silencio, alzan la mano a toda velocidad. Saben que no estar es no ir de excursión.
El viaje transcurre entre voces chillonas, un par de vómitos y la cabeza como un bombo del conductor. Una parada para que todos hagan pis y otra parada para que los mayores se tomen un café bien cargado.
Los alumnos, pequeños seres descontrolados, corren por el campo como si alguien les hubiera inyectado vida en las venas. Los árboles son cabañas, las piedras armas y las flores excusa para elegir entre la duda. Orbitan entre vacas, toros, insectos y un par de salientes mal señalizados.
Termina la visita y el autobús regresa puntual. Los niños se dejan llevar por el sueño y caen rendidos sobre el gris de los asientos. Nadie canta y nadie protesta. No hay paradas y el atasco de entrada a la ciudad se convierte en motivo de un par de "cuando llegamos" que no pasan a mayores.
Al llegar el profesor toma la lista y repite los nombres. Los críos ya no corren en alzar la mano y algunos se anticipan al ser ya conocedores del orden alfabético. Entre cierta confusión los asientos se vacían y se despeja de mochilas el maletero.
La calle del colegio queda desierta y el profesor, cansado de tanto niño, se dirige a su coche. Entonces siente que alguien le toca la espalda.
- Falta mi hijo - escucha.
El profesor saca la lista. Tras unos segundos y un gesto de sorpresa responde a la madre.
- Lo siento, según esto ya no estaba esta mañana.
Después da la vuelta mientras suspira.
Está deseando regresar a casa.
1 Respuestas:
Gran y logrado final amargo
Un saludo,
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