- Siento mucho lo de tu hijo.
El hombre sujeta la mano de Pedro con fuerza. La palma seca del desconocido y la palma húmeda de Pedro se mantienen pegadas. Pedro no puede moverse. La boca abierta, el ceño fruncido y su memoria a todo trapo buscando ese rostro entre una multitud de caras que le suenan. El desconocido sonriente pero tenso, los labios enmarcando unos dientes blancos, alineados a regla.
- ¿Cómo?
Pedro separa su mano y restriega la humedad residual sobre el pantalón. Un paso atrás, centímetros para fabricar distancia. Encoge los hombros y siente un calambre en el centro del abdomen.
- Es una pena - continua el hombre.
Pedro continúa alejándose. Como si hubieran entrado en colisión y aquello fuera un retroceso a cámara lenta. Alrededor los transeúntes le sacuden en un vaivén de golpes sobre los hombros. Todo fluye, como si no pasara nada.
- No le entiendo - suelta Pedro.
El tipo mueve la cabeza comprensivo y Pedro siente como algo se rompe. Después observa como el hombre le abraza mientras el no puede ni pestañear. Siente frío sobre frío. Se separan y el desconocido continua su camino. Pasos rápidos sobre la calle. Le engulle la multitud.
Pedro se mantiene inmóvil y echa un vistazo alrededor. Invisible entre tanta gente se toca el pecho y resopla. Comprueba que la cartera sigue en su sitio y da un par de pasos antes de detenerse.
- Yo no tengo ningún hijo -dice.
Continua caminando mientras saca el teléfono móvil. En la pantalla palpita un número de diez cifras. Pedro reconoce el teléfono del hospital.
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