lunes, junio 27, 2005

Miguel, golpes en la cabeza

- Mírale, ni siquiera se mueve...
- Parece un bendito.
- Sí, ¡de los que luego crecen y vienen aquí a llenar el suelo de porquería!
Aunque no lo parezca, aunque diga esas cosas, es un buen hombre. Desde que estoy aquí trabajando le he descubierto una y otra vez ocultando sus buenas intenciones, la cara de tristeza que pone cada una de las veces que se abre la puerta de la cantina y entra un pobre loco de sed y borracho de alcohol. Por mucho que diga a mí no me engaña, es un crío, nada más.
- ¿Desde cuando lleva aquí? - le pregunto.
- No lo sé. - le da un pequeño puntapie en el trasero - Lo dejaron ahí durmiendo y a mi no me dió por mirar el reloj.
A su lado hay un pequeño montón de papeles atados con un cordel, colgando un lapicero que deja al aire sus últimos milímetros de carboncillo.
- Me lo llevo dentro.
- ¡Ni se te ocurra! - escupe y exclama al mismo tiempo.
Le levanto despacio y me lo llevo en brazos mientras descubro en la cara del tabernero la expresión de un buen hombre que no quiere parecerlo. Con la mano me indica la puerta del almacen, allí, sobre un saco de harina podré dejarle descansar con mayor comodidad. El niño no se mueve, cómo si estuviera acostumbrado a que le llevaron de un lado a otro mientras duerme, ¿quién será este crío?
Al menos tuvo suerte, en este puerto hay tantas cantinas como ganas de hacer daño al prójimo. Sino hubiera llegado a este lugar quién sabe lo que habría sido de él.
... hace frío en la calle, la lluvia empapa una pequeña cesta de mimbre que alguien ha dejado sobre el suelo. Lentamente se aproxima una sombra bajo una gran capa negra, se detiene junto a la cesta de mimbre y la golpea despacio con la punta del pie. De su interior surge un llanto, el hombre se inclina y coge lo que allí encuentra. Rápido desaparece entre las sombras, la llluvia sigue cayendo mientras el llanto de una niña perdida se convierte en una inocente sonrisa...

- ¿Dónde vas? - me pregunta al ver como abro la puerta para salir.

- A buscar al cura, que tenemos un niño aquí y hay que hacer algo con él...

Cierro la puerta y me dirijo hacia el burdel más cercano. Al parecer los curas ya no sólo predican con la palabra.

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