Erase una vez un niño golpeado por la incertidumbre.
Nació solo. Sin madre que le prestara su útero ni padre que le prestara simiente. El primer aliento lo tomó prestado y estrenó el parpadeo al notar sus córneas secas como arena de playa.
Creció bajo la sombra de un árbol caduco y se acostumbró a vivir en un agujero durante los meses de frío y lluvia.
Bajo tierra era el príncipe de los gusanos.
Le gustaba pensar eso.
Pasó por épocas malas. De la inocencia a la adolescencia asumió varias veces la culpa y la pena. La primera lo hizo por matar a uno de sus mejores amigos (un enorme cerdo, tenía hambre) y la segunda por sentirse solo en un mundo con un cielo tan alto haciendo de techo. Con los primeros pelos de la cara mantuvo un combate estúpido. Trató de detener la estampida de vello con unas cuantas cicatrices. Cuando se dio por vencido su rostro era el mapa de una escabechina.
Simple era su vida.
Ver, comer, oír, gritar, correr, cagar y, sobre todo, esperar.
Entonces llego ella.
Primero llego de lejos, como silueta, y conforme se fue acercando se hizo castigo, miedo, daño y lujuria.
El niño se hizo hombre en esos días.
Nada era más importante que hacer lo que ella decía y lograr lo que ella quería. Misionero de su cuerpo, como un esclavo, intentaba hacerla feliz con cualquier gesto.
Cuando ella marchó, de noche, sin decir nada, se sintió aún más solo y más lejos. Se veía como una gota de agua pérdida en el océano después de haber hecho un viaje increíble montada en la nube.
Con la última hoja del árbol caduco puso fin a todo.
Se puso de pie para dar su primer paso.
2 Respuestas:
Este es de los que descolocan, de los que tienes que leer varias veces. Me gusta los relatos que empiezan con un érase una vez...
Besitos!!!
Muy bueno, me ha encantado.
Besos
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