La sonda nasogástrica llegó al séptimo día, el día de su cumpleaños. Lucía nos miraba desde la cama, sonriendo, lejos de la sequía que nos estaba drenando las neuronas a todos los médicos. Ella, ojos dulces, lágrimas perfectas, husmeaba el alimento triturado como un gato hambriento. La enfermera puso en marcha la bomba con un pitido y el líquido viscoso viajó por el plástico hasta su estómago. Lucía recibió la comida como un trámite mecanizado.
Al ingreso Lucía era una niña normal si por normal se entiende doce años de una infancia que pregunta por todo, aspecto feliz de la mano de un padre preocupado y una madre intranquila que no sabe qué pasa. Lucía hablaba todo el tiempo. Hablaba con la enfermera, con el celador, con la mujer de la limpieza.
Lucía parecía perder peso por la boca, como si las palabras fueran gramos que escapaban sin esfuerzo. Se hacía transparente, su piel dejaba ver cada vena, los capilares, como un muñeco de anatomía recién pintado. Los primeros días fueron una travesía por la terapia conductual y la interconsulta múltiple a especialistas. Lucía se deshizo entre los médicos que la analizaron. La sangre perfecta, bioquímica de libro, y la mente lúcida, transparente. Nada había cambiado alrededor para justificar ese cambio por dentro. La niña perdía peso, la niña se desvanecía, pero la niña comía más incluso de lo indicado.
Utilizamos habitación individual con videovigilancia. Cuando estaba acompañada Lucía no dejaba de preguntar, llenaba sus doce años de interrogaciones. Cuando la dejábamos sola seguía charlando, conversaba con el vacío, en una discusión perpetúa con las paredes sobre sus dudas. De esas conversaciones a solas rebotaban preguntas complejas, cada vez más adultas.
Lucía siguió perdiendo peso, se hizo casi transparente. Los médicos calculábamos el volumen recibido, el balance calórico y el balance hídrico, y el resultado era un positivo que a ella le consumía. Todas las pruebas complementarias negativas, todas las pruebas de imagen un papel en blanco.
Antes de desaparecer Lucía nos reunió a todos. No hizo preguntas y tomó de la mano a sus padres que apenas sintieron su tacto. Nos dio las gracias y prometió cuidarnos. Ella nos dijo que todo estaba bien, que había entendido. Que no todos los niños tenían la suerte de hacerse invisibles a los trece años.
1 Respuestas:
Puede ser que esos 21 gramos que alma se le salieran en preguntas...
Me gusta
Besicos
Publicar un comentario