Se topó de bruces, como un muro contra el viento. El mendigo negro, con gorro de lana y dientes blancos, le enseñaba el periódico envuelto en plástico, una bandera que ondeaba pidiendo socorro. Él, mañana fría y soleada en la mente, pasaba de largo con un buenos días que se congeló en la primera sílaba.
Pero se detuvo.
Una pregunta en su cabeza hizo aparición, un fogonazo que surge desde la ignorancia a la estupidez. Se hizo una entrevista mental que se inició con siete palabras.
"¿Por qué no le das tu cartera?".
La discusión echó chispas.
Puede que esa pregunta se la inoculara el mendigo gracias un poder africano que hacía más efectivo estar en la calle con la palma hacia arriba. O fue quizás un embrujo, una especie de vudú para dar lo que tenemos sin remisión, para ser más justos y parecer más buenos.
Él se revolvió contra la idea, luchador incansable. Sintió como su cartera ascendía en el bolsillo buscando el exterior frío de noviembre. A su lado los dientes blancos seguían ahí, acompañando un periódico caducado con más recuerdos que noticias.
"¿Por qué no le das tu cartera?"
El hombre sacó la piel de vaca, resignado, y dio un par de pasos atrás sufriendo las consecuencias de la derrota. Rebobinó para ponerse junto al mendigo que bajó el periódico extrañado. El hombre dejó caer su cartera sobre la palma todavía abierta. El hombre no tuvo tiempo de preguntarle antes de que se largara, deprisa, dando la vuelta a la esquina.
Ya más tranquilo anduvo un par de manzanas deteniéndose junto a un semáforo. Miró a izquierda y derecha, a su lado una mujer daba besos a un niño. Sintió un latido, otra interrogación.
"¿Por qué no cruzas en rojo?"
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