Desde lejos se les señala como cuatro fantoches que se han disfrazado para llamar la atención. Tres contra uno y los vasos llenos de whisky sobre la mesa, parece que resulta más sencillo estar borracho cuando te la juegas. Alrededor ocho elfos observan cada movimiento mientras los camellos escupen saliva, con mirada torva, sobre la arena de la playa.
Terreno neutral.
La eternidad es demasiado tiempo y eso de compartir no se lleva bien. El hombre de rojo, seis meses sin afeitarse la barba, lo quiere todo para él. Anuncios, regalos y protagonismo. Ya está cansado de ser propietario de tan sólo el oeste de las ilusiones. Los otros, los tres amigos de sonrisa falsa, llevan más de un siglo con ideas de expansión. Sus capas brillan demasiado como para conformarse con unos cuantos países. Para ellos las noches son una tortura llena de estrellas, demasiadas tentaciones en el cielo.
Después de muchas negociaciones llegaron a un acuerdo. Los renos hicieron varias vueltas al mundo buscando métodos sencillos para obtener un vencedor irrefutable. Les fue difícil pasar desapercibidos en casinos y callejones, sobre dos patas es difícil esconder los cuernos.
Lo harán por turnos. Moneda al aire para ver quién empieza. Si le toca al gordo el gordo pierde, si le toca a alguno de los monarcas palmarán los tres.
Firman un papel marrón con tinta mágica, los elfos son maestros para estas cosas. Después beben un trago, brindan, se sonríen, mientras un enano verde lo deja todo preparado. Las olas al fondo generan un ambiente extraño, como de ascensor al aire libre, que relaja por un momento la tensión.
La moneda al aire y toca cara. Los cuatro se miran con un gesto estúpido hasta que el negro se carcajea. Será el primero y se engaña pensando que es el que más fácil lo tiene.
Los dedos enguantados del mago se deslizan sobre la mesa hasta la empuñadura. Al llevar el cañón contra el lateral de su frente le sorprende lo poco que pesa.
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