La tecnología es un nuevo planeta y Francisco lo quiere probar. En las orejas un par de plásticos blancos que hacen tambalear sus tímpanos escupiendo música. Pequeñas membranas que activan martillo, yunque y estribo. Estímulo mecánico transformado en señal eléctrica gracias al bamboleo de un líquido viscoso dentro de su cabeza. La calle transita alrededor. Coches y personas a un lado de la piel y células haciendo lo suyo al otro. Lleva en la espalda su portátil haciendo de caparazón con batería. Si Francisco fuera transparente sería una raspa con campo de fuerza. En el bolsillo de la chaqueta un teléfono móvil con tanta memoria que hasta da pereza pensar en llenarla. Él lo protege bajo una funda de plástico, así no se estropea la pantalla de siete pulgadas que le mantiene conectado. Francisco dentro de una red invisible de amigos, colegas que son máquinas para máquinas.
Él camino de vuelta envasado en su música, inalcanzable en la burbuja. Cada paso de cebra, cada escaparate no es más que escenario. Al llegar a casa no escucha los gritos de su madre, ¡dónde estabas!, ni los ladridos del perro exaltado por el disgusto. Él entra en la habitación, cierra la puerta y tira la mochila sobre la cama. Después enciende el ordenador de sobremesa y susurra la clave de acceso antes de teclear como un loco. Suena el timbre del microondas y, unos pasos después, el golpe de una masa de carne sobre plato de plástico junto a su puerta. Su madre hace vibrar la madera con otro grito, ¡mañana no sales de casa!, con el chucho ya ronco y desesperado prestando su banda sonora. Francisco en la habitación no percibe esa energía, duerme en una habitación sin tímpanos para hacer la conversión, e introduce en el ordenador el lápiz de ocho gigas que ha sacado del curro. Desea colgarlo todo en la nube y por eso ejecuta el programa oportuno. Pasados unos segundos Francisco se mira las manos y observa como estas se hacen transparentes cuarteándose en cuadrados diminutos. Un hormigueo de píxeles le simplifica y los cascos caen de sus oídos. La pantalla informa del final del proceso al tiempo que la silla vacía comienza a dar vueltas. Francisco dice "ya estoy aquí" mientras pega su cara en el muro.
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