La pareja de científicos se mantiene en silencio. Como si en ellos la respiración fuera un acto voluntario. No hacen nada más que pestañear. Para llegar a este momento han pasado por años de estudio, por años de experimentos y por años de resultados. El dinero recibido se empleó en increíbles patentes que han curado el cáncer, el Alzheimer, la insuficiencia renal, las enfermedades reumatológicas e incluso el hambre. Ahora los niños en África se mueren de flacos pero no piden ni una gota de agua antes de expirar. Todo el mundo agradece a esta pareja de ancianos lo que han hecho por la humanidad. Entre los asistentes destacan las más altas autoridades. Presidentes, monarcas, primeros ministros y dictadores recalcitrantes. Saben que esas dos batas blancas han hecho de la Tierra un mundo repleto de bolsillos llenos.
Los científicos buscan entre la multitud la señal. El jefe de prensa del laboratorio está esperando a que las televisiones estén listas para emitir en riguroso directo su nuevo descubrimiento. Con el último acabaron con la energía nuclear. El átomo pasó a mejor vida y el metavaro se ha hecho común denominador en nuestras casas. Se apagan las luces del auditorio y la enorme pantalla plana muestra las caras de nuestros protagonistas. Cada arruga como el cañón del Colorado. Faltan segundos para que se encienda el piloto rojo, la señal, y un contador de números verdes se encarga de clarificarlo. Cinco. Los ancianos sonríen. Cuatro. Los ancianos parpadean. Tres. Uno de ellos se rasca la nariz. Dos. El otro baja la cabeza. Uno. Se hace el silencio. Sueltan la bomba.
- Señoras y señores - dice el que se rascó la nariz - estamos seguros de que nos hemos equivocado.
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